CAPÍTULO 10. EL MÁS LISTO DE LA CLASE
A pesar de lo mucho que siempre me ha gustado el fútbol, no creo que mi mente juvenil de aquellos días pudiera ser consciente de lo que este deporte me iba a hacer vivir. Acción Católica se terminó y yo me encontré en la tesitura de querer seguir jugando al fútbol y tenerlo un poco difícil para continuar. Digamos que con el fin de Acción Católica el fútbol dejó de ser importante en la Puebla. O al menos eso parecía. Sin embargo, yo, con catorce años, no pensaba en otra cosa que en seguir corriendo aquella banda izquierda que Herrera II había pensado que era el mejor lugar que podía ocupar alguien como yo en un terreno de juego. Así que otro Herrera, mi vecino Antonio Herrera y compañero de Acción Católica y yo tomamos el camino hacia San Juan de Aznalfarache para intentar proseguir con nuestra incipiente carrera deportiva de la mejor manera: jugando. Así que, sin complejos de ningún tipo, fuimos a hablar con la directiva de U.D. Loreto y presentamos nuestros servicios futbolísticos por si el club tuviera a bien admitirnos en sus filas. Y así fue. Muy pronto estuvimos haciendo nuestros primeros pinitos como jugadores federados en el filial juvenil del Loreto.
Recuerdo aquellos entrenamientos. El Morón también entrenaba allí e incluso jugamos en alguna ocasión contra ellos. Jugaban en tercera división. En sus filas militaba el padre del jugador del Sevilla Antonio Álvarez. Sin embargo, tampoco nos quedamos mucho tiempo, porque aproximadamente un año después nos fichó el Coria para su equipo juvenil.
Cuando llegué a aquel equipo me encontré con un grupo de futbolistas extraordinario. Eran increíbles y puedo decir, no sin cierto orgullo, que a pesar de lo buenos que eran comencé jugando de titular indiscutible. Tenía de compañero a Bomba II. Un asombroso jugador que llegó a fichar por el Sevilla y que jugó en un Sevilla Atlético que acababa de nacer. El pobre chico murió joven. Con 22 años le detectaron una enfermedad grave y no llegó a los 23.
Y como digo nuestro equipo era bastante bueno. Ganamos muchísimos partidos. Hasta llegamos a ganarle a un equipo de Sevilla por 22 a 0 si no recuerdo mal. Y también nos enfrentamos al Betis. Al juvenil del Betis que lo llamaban el Betis Z. Un equípo magnífico. Jugaban de maravilla. Sin embargo, con nosotros perdieron. Por 3 a 1. Fue grandioso.
Nadie daba un duro por nosotros. Nada. Nos enfrentábamos al Betis juvenil, una máquina de hacer fútbol que ese año acabaría siendo campeona o subcampeona, no recuerdo bien. No sé qué pudo ocurrir. Supongo que todo equipo, por bueno que sea, tiene que llegar a perder en algún momento y eso fue lo que le pasó al equipo verdiblanco. Pero claro, esto lo digo yo ahora, que la perspectiva del tiempo me hace ser un poco más objetivo e incluso más lógico. En aquel momento pensé que por muy bueno que fuera el Betis, nosotros éramos mejores. Estaba absolutamente eufórico de orgullo. No solo habíamos ganado sino que yo había metido dos de los tres goles.
Y ese segundo gol… cada vez que lo recuerdo se me dibuja una sonrisa en la cara. Fui el más listo de la clase, no cabe duda.
Creo que todos estábamos sorprendidos por lo que estaba ocurriendo en el terreno de juego. Si nos hubieran dicho antes de empezar que a estas alturas del partido íbamos a no estar perdiendo con este Superbetis Z, os puedo asegurar que todos nosotros nos habríamos reído en la cara del que dijera semejante estupidez. Sin embargo, ahí estábamos. A punto de comenzar el segundo tiempo y con un empate a uno en el marcador. Nuestro míster nos había dado una charla en el descanso bastante emotiva que nos había puesto las pilas que no veas y nos íbamos a comer el estadio si hacía falta.
Y llegó el segundo gol del Coria. De esos goles que cuando salen en la tele se llevan apareciendo una década en programas de humor y que hoy salen en Youtube o tik tok, pero que entonces no hubo muchas posibilidades para que se difundiese mucho más del boca a boca.
Cuando el Betis buscaba jugadores nuevos en el Coria. Luis agachado a la izquierda.
Recuerdo el momento como si estuviese ahora mismo con mi equipación encima del albero y mirando al portero del Betis, un tal Hierro se llamaba, que botaba con confianza el balón. Como si el tiempo le perteneciera todo a él y fuese capaz de controlar los movimientos de todos los jugadores, yo incluido. Y yo, que no me encontraba demasiado lejos de donde estaba el guardameta, le daba vueltas a la cabeza sin parar para ver si podía hacer algo que pudiera beneficiar a mi equipo. Comprendo que todo estaba transcurriendo en un lapso de tiempo que no debió de ser muy largo, pero para mí era como si aquel chico se estuviese moviendo en cámara lenta. Me percaté enseguida de que parecía que se estaba confiando demasiado y que quizá, solo quizá, podría aprovecharme de aquella circunstancia. Veía subir y bajar el balón una y otra vez y cada vez que golpeaba el suelo levantaba una pequeña nube de polvo que no se quedaba allí sino que perseguía a la pelota como la estela de un cometa que se estrellaba en los guantes de Hierro. Pensé que si hacía lo que se me había ocurrido lo más seguro sería que el árbitro me pitara falta al portero o vete tú a saber el qué, pero realmente no tenía nada que perder, así que me dispuse a hacerlo. El portero, por enésima vez, volvió a botar la pelota, que volvió a estrellarse en el suelo polvoriento y retornar a sus manos hasta tres veces más. Y entonces corrí. Durante un segundo, la figura de mi padre corriendo tras el trillo el día que se me atascó el pie se me tatuó en el cerebro. Iba a conseguirlo. Estaba seguro. Aquel cuero cosido no iba a llegar al suelo una cuarta vez y justo cuando iba bajando de nuevo, metí el pie e interrumpí su trayectoria. La pelota golpeó mi inoportuna extremidad y se metió en la portería.
Y entonces me di la vuelta. El estadio estaba en silencio y yo dirigí mi mirada hacia el arbitro esperando que me pitara falta y que me diera un tirón de orejas por interrumpir el juego tontamente. Pero no. Sí. Se llevó el silbato a la boca, pero no pitó falta. Su brazo derecho se levantó y en lugar de señalarme a mí giró sobre si mismo y señaló el centro del campo. Gol.
Todos empezamos a gritar. Yo el que más. Lo había conseguido. Había marcado y nos conseguimos poner por delante.
Hoy en día esto no podría haberlo hecho. Las reglas del fútbol han ido cambiando con el paso del tiempo, pero en aquel momento ponerte a hacer el tonto con la pelota delante de tu portería podía tener graves consecuencias.
El partido continuó y finalmente, en otra contra que hicimos muy eficientemente, marqué el tercer gol. Resultado final 3-1.
Y un tiempo más tarde el Coria se hizo filial del Betis y estuvieron a punto de ficharme, pero la directiva de mi equipo decidió no dejar que ficharan más jugadores. Ya se habían llevado a tres de mis compañeros. No llegué a ser jugador bético.