CAPÍTULO 7. DOS CORAZONES EN EL MISMO CÉSPED

Días como el de la nevada fueron oasis de alegría en una infancia marcada por la dureza. Pero si hubo un refugio constante, un lugar al que siempre podía escapar, ese fue el fútbol. Han pasado más de cinco décadas desde los hechos que voy a narrar y, aunque no estaba yo presente durante la reunión entre el doctor Leal y el presidente Montes, mi mente ha construido aquel momento con la claridad que pueden darte las historias que llegaron a mí de gente más cercana a lo que pasó y que se convertiría en un elemento imborrable en mi mente y en mi corazón. A veces pienso que, incluso sin haber estado allí, el peso de lo que ocurrió se siente como si lo hubiera presenciado en primera fila. El fútbol ha formado parte de mi vida desde siempre. Como si fuese un hermano protector que me cuidaba y hacía mi vida más llevadera en los momentos más difíciles.

Sevilla, 8 de enero de 1973.

El doctor Leal Graciani tenía un mal presentimiento. Y no era el hecho de que el equipo hubiese perdido en Pontevedra. No, era como si un pájaro de mal agüero se encontrara todo el día sobrevolando su cabeza. No había podido acompañar al equipo. Le había sido imposible por el bonito homenaje que había recibido su padre, el doctor Leal Castaño. Evidentemente no podía faltar a un acontecimiento tan importante. Sin embargo, estaba convencido de que algo malo había ocurrido. Le había sido imposible escuchar el partido por la radio y todavía no había podido hablar con nadie, pero se dirigía al despacho del presidente y tenía claro que iba a salir de dudas. Cuando estaba llegando se cruzó con un bedel que parecía petrificado agarrado a la escoba, como si no pudiese moverse y hubiese jurado que lo estaba escuchando sollozar. Al llegar a la puerta, golpeó suavemente con los nudillos y, al escuchar la debida autorización desde el otro lado, entró en la habitación. El presidente Montes estaba con ambos codos apoyados en su mesa y sujetando su cabeza con las manos. Al entrar el médico levantó la mirada y se puso las gafas que había dejado sobre su escritorio. Luego suspiró profundamente.

—¡Por Dios, Don Eugenio! —dijo el doctor Leal— ¿Me puede explicar qué ocurre? Ni siquiera pude escuchar el partido por la radio.

—¿Sabes qué ha pasado en Pontevedra? —respondió Montes.

—Sí, que hemos perdido por 2-0.

—Ha pasado una cosa gravísima…

—¿Qué ha pasado Don Eugenio?

—Berruezo ha muerto.


Sevilla, 10 de diciembre de 1972. Estadio Ramón Sánchez Pizjuan.

El partido estaba animado y habían cometido una falta contra el Sevilla en el borde del área. Si me hubiesen explicado lo que estaba a punto de suceder habría dicho que era una broma de mal gusto. Como era habitual, Pedro Berruezo cogió el balón dispuesto a perforar la portería del Barakaldo con esa zurda que tenía que era como el proyectil de un cañón que derribaba el mástil más alto de la nave enemiga. En aquella época el equipo estaba teniendo una trayectoria muy irregular y estaba militando en segunda división y, sin duda, no se podía desaprovechar una oportunidad a balón parado. Desde donde yo estaba presenciando el partido podía verlo todo perfectamente y, de pronto, vi y todo los allí presentes vieron que, antes de poder hacer nada con la pelota, Berruezo se desvanecía de forma súbita y daba con su cuerpo en el césped del Sánchez Pizjuan. Enseguida se encendieron todas las alarmas. Los compañeros de Pedro y los jugadores del Barakaldo también, empezaron a gritar desesperadamente para que los servicios médicos del club entraran a auxiliar al delantero. Sin embargo, todo se quedó en un susto terrible. Pedro ya había tenido un par de desvanecimientos parecidos a este, pero ninguno pareció tan grave. Recuerdo hablar poco después con Enrique Lora, que era compañero de Berruezo y un gran amigo mío, preguntando por el estado del jugador y decirme que todo iba bien. Que le habían hecho todas las pruebas pertinentes y todo marchaba perfectamente. Así que Berruezo continuó con su carrera futbolística.

Pedro Berruezo en aquellos años setenta

Madrid, 6 de enero de 1973.

—¡Joder, Pedro! —exclamó Rodri— no consigo entender como puedes ser tan malo jugando a los chinos. Te va a volver a tocar pagar el café.

—Es que eso de mentir se me da muy mal —respondió Berruezo.

Los siete compañeros se pusieron en pie: Isabelo, Rodri, Baby Acosta, Pazos, Garzón y Berruezo. Habían pasado la tarde en Madrid. Una agradable tarde de cine viendo Las tentaciones de Benedetto. El sábado debían estar ya en Pontevedra y en el estadio Pasaron, donde el Pontevedra y el Sevilla FC disputarían el partido de la decimoctava jornada de la liga en Segunda División.

Así era la vida para los futbolistas de aquella época: cine, cafés y bromas entre compañeros para matar las horas previas a un partido. A pesar de la presión de los resultados, había algo entrañablemente sencillo en su forma de disfrutar los pequeños momentos. Pero, en ese viaje a Pontevedra, la tragedia se coló entre esas rutinas, como una sombra que nadie vio venir.

Pontevedra, 7 de enero de 1973. Estadio de Pasaron.

El balón salió por la banda. Corría el minuto seis del segundo tiempo y el Sevilla iba perdiendo por uno a cero. Rodri se acercó a la banda y pudo ver que su compañero Pedro Berruezo estaba tendido en el suelo haciendo flexiones. Siempre hacía lo mismo cuando se encontraba mal.

—¡Por Dios, Pedro!—Exclamó— ¿Estás bien?

Pero el delantero sevillista no podía contestar. Hizo el intento de incorporarse y luego dirigió su mirada hacia el banquillo y gritó de forma espeluznante y con todas sus fuerzas mientras caía fulminado en el césped de Pasaron levantando su mano derecha. A Rodri aquel grito le acompañaría en su mente durante mucho tiempo. Inmediatamente, todos salieron corriendo en su dirección y el médico del Pontevedra saltó de la grada mientras el jugador Manolín Bueno, que era el que más cerca estaba de él, le metió los dedos en la boca para evitar que se ahogara con su propia lengua. Poco después los camilleros de la Cruz Roja trasladaron al jugador a los vestuarios. A un lado de la camilla iba Rodri y al otro Isabello. Sin embargo, todo fue inútil. Pedro Berruezo moriría minutos después.

Sevilla, 17 de enero de 1973.

Gloria no podía parar de llorar. Las lágrimas empapaban sus mejillas y su corazón parecía que iba a quedar reducido al tamaño de una nuez. Su mano derecha apretó su vientre hinchado de maternidad. Sentía una opresión en el pecho terrible y, a pesar del dolor que le producía, no pudo evitar volver a leer la postal que diez días antes le había enviado su marido desde Pontevedra.

Cuando pienso en Gloria y en esa postal, no puedo evitar imaginar lo que debió haber sentido al recibir esas palabras, tan llenas de cariño y planes para el futuro, cuando Pedro ya no estaba. La vida puede ser cruelmente irónica: entregarnos un mensaje de esperanza cuando todo se ha perdido.

“Hola chatillas: Dentro de poco salimos para el campo pues son las 2 de la tarde del domingo y mientras estoy en la habitación me pongo contigo con estas líneas. ¿Qué tal estáis? ¿Y la pequeña? Me figuro lo guapa y graciosa que estará con el trajecito de marmota y su cochecito. Y tú, ¿qué tal? Cuídate en comer y todo lo necesario. Esta noche te llamaré. Bueno, esto te lo digo y me escucharás antes de leerlo. Supongo que tu madre y hermana seguirán bien. Dale besos a la niña y familia, y para ti, de quien mucho te quiere, tu Pedro.”

Aquellas eran las últimas palabras que su marido le había dirigido y llegaron hasta ella casi dos semanas después de su muerte.

Treinta y cuatro años después, la historia volvería a repetirse en las filas del Sevilla FC.

Sevilla, 25 de agosto de 2007. Estadio Ramón Sánchez Pizjuán.

La historia volvía a repetirse y yo no podía creerlo. Desde donde estaba viendo el partido tenía la sensación de haber viajado atrás en el tiempo y que todo aquello que estaba ocurriendo era un caprichoso deja vu que se estaba burlando de mí. Habían pasado más de tres décadas, pero para mí era como si la vida se hubiese detenido en 1973.

La Zurda de Diamantes. Así llamaban a Antonio Puerta. El hombre que comenzó, gracias a aquel gol de lanzamiento cruzado durante la prórroga en las semifinales de la Copa de la UEFA del año 2006, contra el Shalke 04 alemán, una época de gloria sevillista que le hizo ganar cinco títulos en 15 meses. Permitiendo que el Sevilla FC entrara en la primera final europea de su historia aquel magnífico jueves de feria y que inundó las calles del Real de fervoroso sentimiento rojiblanco.

Sin embargo, nada de eso estaba en mi mente cuando vi a Puerta tendido en el césped del Sánchez Pizjuán con los dedos de Ivica Dragutinović en su boca, que trataban que Antonio no se ahogara con su propia lengua. Otra vez. Era el primer partido de la liga 2007-2008 y el equipo se enfrentaba al Getafe cuando en el minuto veintiocho de la primera parte Antonio Puerta sufría un desmayo como consecuencia de un paro cardiorrespiratorio. Yo estaba sentado en el mismo lugar en el que me encontraba treinta y cuatro años antes, viendo como el cuerpo de Pedro Berruezo se precipitaba en la misma parcela de terreno en la que en aquel momento estaba Antonio luchando por su vida. En mi cabeza ambas situaciones no paraban de extrapolarse la una a la otra intentando dilucidar si todo estaba sucediendo realmente o si era solo una condenada pesadilla. Y a pesar de todo, Puerta se recuperó y salió de la cancha por su propio pie bastante enfadado por haber tenido que abandonar el terreno de juego. Sería una de las últimas acciones de su vida . En el vestuario sufrió cinco desmayos más y aunque fue reanimado gracias a un desfibrilador, lo trasladaron a la unidad de cuidados intensivos del Hospital Universitario Virgen del Rocío. De nada sirvió. Treinta y seis horas después el futbolista no superó la dura prueba a la que su cuerpo le estaba sometiendo. El 28 de agosto a las 14:30 Antonio Puerta abandonó este mundo.

Quizás eventos como los que acabo de contar no sean lo más adecuado para haceros ver lo importante que el fútbol ha sido en mi vida, pero para alguien como yo siempre ha sido un huracán de pasiones encontradas. De sentimientos de lealtad y compromiso, de emoción contenida. De momentos de exaltada felicidad y profunda tristeza. No podría decir que el fútbol es lo que más valoro porque a pesar de todo tengo asuntos mucho más importantes con los que tratar como son mis hijos, mi familia y todo el entorno a mi alrededor, mi hábitat natural que me hace desear vivir cada segundo con las ganas y la determinación de un niño que realmente no conoce lo mucho que todavía le queda por delante. Sin embargo, llevo el balompié en las venas desde que casi tengo uso de razón. Sentir el aire en mi cara cuando salgo a las gradas del Sánchez Pizjuán y experimentar esa sensación que te hace parecer que estás emergiendo a otro mundo cuando el verde intenso del terreno de juego inunda tus sentidos y el sonido del público cantando el himno de tu equipo te pone la piel de gallina hasta límites inexplicables. Y todo eso acompañado de mis recuerdos como futbolista. Carreras por la banda, sentir el cuero del balón en tu cabeza cuando rematas y escuchar el sonido del fútbol en los cuerpos de tus compañeros es todo lo que atesoraré en mi interior durante el resto de mi vida. Lo que le ocurrió a Berruezo y a Puerta es la peor experiencia que he vivido en un estadio de fútbol. Dos chicos jóvenes, fuertes y con toda la vida por delante que quedó truncada por una broma del destino. ¿Por qué ocurren estas cosas? Imagino que somos máquinas de carne y las máquinas se estropean y a veces no se pueden volver a arreglar…

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capítulo 6. nieve en el sur.